Como en cualquier otro tipo de actividad, es necesario llevar a cabo una exploración previa de nuestros alumnos y un registro de cada uno para saber de dónde debemos partir y por dónde debemos empezar a programar lo que queremos hacer. También, como en todos los casos, las correcciones deben hacerse en el momento en que se produzca el error para que sean efectivas, pero no de forma “machacona”, ya que las correcciones constantes, a menudo, desmotivan a los niños (algunas veces ponía tanto ímpetu en que lo hiciesen bien que caía en este error).
Cuando es necesario hacer tantas correcciones es muy probable que haya que mirar hacia atrás, buscar razones previas ancladas en estadios sin superar para dar respuesta a lo que le está ocurriendo a ese niño en ese momento. Otra posibilidad que pueda explicar por qué el niño no responde satisfactoriamente es el hecho de haber realizado de forma incorrecta la secuenciación de las actividades. (Si un niño no sabe sumar bien, es imposible que multiplique).
Contar con una información por escrito de la situación inicial de cada alumno es imprescindible, ya que es la única forma para saber por dónde debemos empezar a trabajar y poder, posteriormente, evaluar si nuestro trabajo ha funcionado o, por el contrario, no ha sido así.
En el día a día, solía iniciar la clase con un poco de relajación. De esta manera, los niños se tranquilizaban un poco y aprovechábamos estos primeros momentos para dar las orientaciones y explicar la mecánica de los ejercicios que había previsto realizar. En definitiva, es una forma de ir familiarizando al niño con una actividad nueva, de evitar ponerlo en situación de fracaso o de inseguridad y de aprovechar el momento de la sesión en la que los niños son más receptivos.