Hace unos años empecé a dar clase a un niño que procedía de Sudamérica. Tenía en ese momento 7 años y ya había asistido al colegio en su país, pero todavía no era capaz de leer las vocales.
Pasamos dos o tres meses trabajando y los avances eran nulos o casi nulos. Un buen día, empezamos a vislumbrar la posibilidad de conseguir algunos resultados. Seguimos trabajando muy lentamente e incluso, en algunas ocasiones, tuve que secuenciar más minuciosamente mi método (ya muy secuenciado en todo el proceso) porque no era capaz de avanzar.
Cuando acabó el curso, el niño se fue de vacaciones a su país. De regreso, el primer día de clase me contó que había estado en su antiguo colegio y que su ex-profesora le había pedido que leyese un texto (me imagino que con la misma incredulidad y desánimo que empecé yo) para comprobar su evolución.
Cuando le pregunté cómo había leído me contestó:
– Bien, pero el libro estaba «enredado».
– ¿Qué quieres decir con que “el libro estaba enredado»? – le pregunté -.
– Que había palabras difíciles que no entendía, – respondió -.
Este niño estaba acostumbrado a entender los textos que leía en mi clase, lentamente pero sin pausa mejoraba día a día su vocabulario, expresión… y lo más importante, poco a poco se interesaba más por la lectura.
La pregunta que yo me hice fue la siguiente:
¿Qué hubiese ocurrido si yo, en este caso, hubiese utilizado textos «enredados» o un método poco secuenciado?
Situaciones parecidas a ésta ocurren a menudo en las aulas. Es imprescindible que los textos sean adecuados y tengan en cuenta los intereses de los niños, vocabulario, extensión etc. En muchas ocasiones, los niños no los entienden, con lo que no les motivan, no les interesan, son tan largos que se aburren, se cansan. Por lo tanto, difícilmente podemos conseguir que les guste la lectura y que sigan mejorando su lenguaje al ritmo deseado.
Muchas veces he hecho una selección de textos para leer en clase de forma incorrecta; en unas ocasiones por desconocimiento y en otras por comodidad. Puedo afirmar con toda seguridad que los textos elegidos de forma arbitraria a mí no me han funcionado nunca. Los niños los trabajaron (entre otras cosas porque hacen todo o casi todo lo que les mandamos, tampoco tienen muchas más alternativas) pero, ésta no es la forma de potenciar la lectura ni de conseguir que los alumnos aprendan a leer como debieran, y menos de despertar el gusto por la lectura.
El rendimiento y los resultados son el reflejo de la actitud de los padres, de los profesores y como no, del poco realismo de las leyes que estructuran nuestro sistema educativo y de los intereses políticos.